HURACÁN FLORENCE, LA CIENCIA FRENTE A LA TRAGEDIA
14 septiembre, 2018Altas temperaturas oceánicas aumentan el potencial destructivo de los huracanes.
Fuente: Ibero
En la mañana del martes 4 de septiembre de 2018, el Centro Nacional de Huracanes de los Estados Unidos (NHC, por sus siglas en inglés) reportó la formación del huracán Florence. Este fenómeno meteorológico había comenzado a gestarse a manera de depresión tropical el 30 de agosto frente a costas africanas. Entre el lunes 10 y el martes 11 de septiembre, más de un millón de personas tendrían que ser evacuadas de manera obligatoria debido al peligro creado por el impresionante crecimiento de este huracán.
A pesar de toda la capacidad predictiva asociada al monitoreo satelital, al uso de sensores de última generación y al desarrollo de supercómputo de alto rendimiento, el 4 de septiembre el NHC hizo pública una proyección de la trayectoria de Florence que resultó equivocada. Aquel día se pronosticó que este huracán se debilitaría rápidamente para entrar en fase de tormenta tropical y se trasladaría al este de las Islas Bermudas, muy lejos del territorio estadounidense. Tres días más tarde el NHC rectificaría y emitiría una alerta de riesgo máximo para los estados de Carolina del Norte y Carolina del Sur. Al momento de escribir estas líneas, esta área se encuentra bajo el efecto de lluvias torrenciales comparables a las generadas por el huracán Harvey, el cual devastó a la ciudad de Houston en el 2017.
Aunque los daños causados por Florence a EU serán de varios miles de millones de dólares, el fenómeno será relativamente benigno, en el sentido de que la evacuación organizada por las autoridades estadounidenses evitará la pérdida de centenares de vidas. La razón por la cual la primera estimación sobre Florence no fue acertada, se encuentra vinculada a la física de los huracanes. La solución de las ecuaciones que permiten predecir el comportamiento de las propiedades de un huracán, no corresponde a fórmulas simples como las que se utilizan para dar cuenta de la caída de los cuerpos o el movimiento de los planetas. Pequeños cambios en el entorno de un huracán pueden dar lugar a grandes cambios en el comportamiento de éste.
Tal y como ocurrió con Harvey, la energía térmica asociada a las altas temperaturas del océano, ha causado el incremento de la capacidad destructiva de Florence. La alta tasa de calentamiento del océano actual está vinculada con la emisión de gases de efecto invernadero producto de la actividad humana. No obstante que la naturaleza de los fenómenos climáticos conlleva a predicciones de tipo probabilístico que continuamente deben ser revisadas, la evidencia científica muestra que el calentamiento global antropogénico está aumentando la frecuencia e intensidad de los huracanes, así como el nivel del mar en las costas.
Si bien la ciencia climática no posee una capacidad predictiva ilimitada, ésta ha sido fundamental para organizar a las poblaciones contra los huracanes y con ello preservar miles de vidas. En este contexto, es pertinente recordar que en el año 2012, Carolina del Norte aprobó una ley que impide utilizar evidencia basada en ciencia climática para establecer políticas públicas relacionadas con el aumento del nivel del mar en sus costas. Esa ley fue apoyada por poderosas inmobiliarias, las cuales han antepuesto intereses económicos a la seguridad de la población. El argumento utilizado por los promotores de dicha ley, es precisamente la naturaleza esencialmente probabilística de las predicciones climáticas. Bajo esa lógica, áreas del conocimiento tales como el análisis de riesgos o la física cuántica acabarían siendo proscritas.
Los eventos climáticos extremos observados en 2017 y 2018, son una muestra de los efectos del calentamiento acelerado de los mares, fenómeno que a su vez está vinculado con las emisiones de dióxido de carbono antropogénicas. Es indispensable multiplicar esfuerzos para estudiar con el mayor detalle posible las consecuencias de estos escenarios climáticos, y preparar científicamente a las poblaciones para enfrentar los retos que se presentarán a lo largo de las próximas décadas.
La ciencia básica es un antídoto contra la desinformación referente al cambio climático. Solamente con el desarrollo de una cultura científica-ambiental al alcance de la ciudadanía, se podrá superar la crisis ambiental que se irá desarrollando en las próximas décadas, expuso Alfredo Sandoval Villalbazo, coordinador del Programa de Servicio Departamental de Física de la Universidad Iberoamericana (Ibero) Ciudad de México,e Investigador Nacional Nivel II (SNI).